La radiación alcanza Tokio

La fuga de radiación atómica de Fukushima se ha ido cobrado terreno, llegando hasta la capital y dejándose sentir, incluso, en lugares tan remotos como el extremo oriental de Rusia, donde aumentaron levemente los niveles de radiación ayer.


Unas 180.000 personas fueron evacuadas de un radio de 20 kilómetros alrededor de la planta el domingo y no se sabe con claridad cuántas más viven en el nuevo área establecido ayer, que incrementa el perímetro 10 kilómetros más. «Por favor no salgan a la calle. Quédense en sus casas. Cierren las ventanas y sellen las rendijas de sus casas. No enciendan los ventiladores. Cuelguen su ropa lavada dentro de sus viviendas», recomendó el Gobierno nipón.
En un discurso televisado en el que compareció nervioso e inseguro, el primer ministro, Naoto Kan, admitió que el nivel de contaminación del aire «parece ser muy alto, y sigue existiendo un riesgo elevado de que la radiación aumente aún más». «Estamos desplegado», reconoció y prometió «nuestros mayores esfuerzos a fin de impedir nuevas explosiones y nuevas fugas».
Aún en el idílico caso de que no se produzcan nuevos escapes y que los cuatro reactores descontrolados vuelvan a la normalidad, la emanación ya ha llegado a la capital, una ciudad de unos 25 millones de habitantes, donde los niveles eran ayer tarde veinte veces más altos de lo normal.

Viento a favor

El viento, que en un principio jugaba en contra, enviando la nube directamente hacia Tokio, contribuyó a disminuir la alarma por la tarde, soplando hacia el océano las partículas radiactivas. Según las autoridades japonesas y la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), los niveles de radiación que se han registrado fuera del citado perímetro de seguridad de 30 kilómetros no constituyen una amenaza seria para la población.
Pero, a estas alturas, muchos ciudadanos japoneses desconfían de las llamadas a la calma. Y les dan la razón algunas instituciones solventes en materia nuclear, como el Gobierno francés, que ha dejado entender ya en más de una ocasión que no se está contando toda la verdad; y que la posibilidad de que el problema se agrave, provocando una «catástrofe nuclear», no es para nada remota. «El corazón de un reactor de la central ya no está protegido y los niveles de radiactividad serían elevados», dijo el presidente de la Autoridad francesa de Seguridad Nuclear (ASN), André Claude Lacoste, quien elevó ayer a seis (de una escala de siete) el nivel de gravedad del incidente nipón.
Precisamente, anoche volvió a desatarse un incendio en el reactor número 4 de Fukushima. El incendió comenzó a las 5:45 hora local (21:45 hora peninsular española), aunque a la media hora ya no se veían llamas en el recinto, según la televisión NHK. Fue un trabajador de la planta quien dio la voz de alarma. El incendio fue causado por una combustión de hidrógeno proveniente de las varillas, que quedaron expuestas cuando bajó el nivel del agua.
Mientras, la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco) informó  de que las barras de combustible de los reactores 1 y 2 están dañadas al 70% y al 33%, respectivamente. La compañía teme que estos daños hayan provocado una fusión parcial del núcleo de los reactores, lo que supondría la emisión de nuevas partículas radiactivas.
La Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) reconoció ayer que la situación es preocupante. El director de la agencia nuclear consideró que existen informaciones contradictorias sobre el estado del reactor 2, por lo que parece difícil determinar si la situación conseguirá estabilizarse o se deteriorará.
La actualización del estado de los seis reactores de Fukushima se ha convertido en una ensalada de detalles técnicos, indescifrables para la población, detrás de la cual los japoneses solicitan ya alguna certeza, al menos para aplacar la angustia que ha ido anidando en los últimos días. ¿Es necesario evacuar las ciudades? ,¿puede llegar una nube atómica a la capital?, ¿se está ocultando información?, ¿cuál es el mayor riesgo?, ¿a qué podemos atenernos? Éstas son las preguntas que más se hace la gente y que, por ahora, cada institución responde de una manera diferente generando la sensación de que se ha perdido el control de la situación.
A pesar de su famosa disciplina, la sociedad japonesa parece superada por los muchos frentes abiertos. Las víctimas del terremoto y el tsunami no dejan de aumentar y ayer las autoridades confirmaron 3.373 muertos y 6.746 desaparecidos. Las labores de rescate se enfangan por la devastación que se van encontrando los equipos de desescombro, por las dificultades logísticas, por la falta de suministros eléctricos, por las continuas sacudidas y temblores (como el que se produjo ayer en el centro del país), porque no llegan el agua, la comida, las medicinas ni las tiendas de campaña para atender a tantas víctimas.

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